Asunto censuras en
corporaciones en una tertulia radiofónica de Canarias. Era previsible que se
disparara tras la ruptura de la alianza entre nacionalistas y socialistas en el
Gobierno autónomo. Si eran frágiles o débiles las minorías antes de, si están
latentes las ganas de desbancar, si no merman las ambiciones políticas, si ni
las normas concebidas para frenar el transfuguismo o penalizar ciertos
comportamientos, si los propios partidos políticos no son capaces de controlar
o disciplinar a sus consejeros o concejales... al final, el terreno sigue
abonado. La tentación existe. Y en determinados momentos, en concretas
coyunturas, con móviles más o menos inspirados por el rencor, tan solo por el
deseo de devolver el golpe, es difícil resistirse. Aunque seguro hay
antecedentes en contrario.
Las censuras han jalonado buena parte de la vida municipal
en Canarias desde el primer mandato. Recordemos, por ejemplo, que en el período
1979-83, en Las Palmas de Gran Canaria, hubo hasta tres alcaldes que accedieron
por esa legítima vía, desde entonces revisada a fondo para rellenar vacíos
legales e imperfecciones derivadas. Llegaron episodios insólitos, como aquel de
1991, cuando José Carlos Mauricio, aún con mando en plaza y tratando de hacer
méritos para el nacionalismo emergente, se empeñó en desbancar a Carmelo
Artiles de la presidencia del Cabildo de Gran Canaria sin apenas darle un
respiro. Y hasta un caso de autocensura, como fue el perpetrado por Manuel
Hermoso, aún con las Agrupaciones Independientes de Canarias (AIC) y el propio
Mauricio -¡que llegó a izarle en hombros en la capital grancanaria!- para
liquidar la segunda presidencia de Jerónimo Saavedra, redivivo políticamente
cuando a poco Felipe González le nombró ministro. En numerosos cabildos y
ayuntamientos canarios se han sucedido las censuras, de todos los signos, con
el concurso de la práctica totalidad de los partidos. Algunas modificaron
sensiblemente la voluntad popular, no importaban contradicciones ideológicas o
programas contrapuestos. Por supuesto, en la fase previa a su materialización,
tales censuras alimentaron todo tipo de especulaciones, conjeturas y movidas
sobre los protagonistas e implicados, alguna de ellas tan curiosa como tener
que esconderse en un lugar ignoto o trasladarse posteriormente a otra isla para
evitar ser señalados. Los intereses agudizan el ingenio.
Ahora las censuras recobran actualidad informativa. Anda que
no gusta ni nada a los medios una tensión, una elucubración, una porfía, una
suerte incierta... Se ponen sobre la mesa las piezas, se intensifican los
contactos con las fuentes, se pone atención a los movimientos visibles de los
días previos... y ¡hala!, servido en bandeja el trance.
Claro que algunos protagonistas parecen haberse olvidado de
que las censuras no son para anunciar y amagar, sino para recoger las firmas y
registrar el escrito. Después, ya se verá. Porque todo puede suceder. Las
censuras no son para escarceos; están para consensuar un candidato alternativo
y -supuestamente- un programa de gobierno. Están para ser presentadas y no ser
debatidas antes de tiempo ni para amagar ni alimentar expectativas.
Algunas de estas ideas expusimos en la tertulia citada,
barruntando la agitación -no sin convulsiones, si es que prosperan las
iniciativas- del panorama político local. Se puede entender el afán y el
propósito, pero las formas son importantes, aunque cada vez cuenten menos en el
corpus de los escrúpulos. Que no se lamenten quienes las han practicado. Que
anden atentos los que alardean para luego verse sorprendidos con alguna
pirueta, de esas impensables. Ay, esas maniobras. El problema es que prende la
inestabilidad y la ciudadanía se ve afectada por parálisis cautelares en la
resolución de trámites administrativos (a la espera de...) en tanto que aumenta
su desafección hacia la política al intuir que, tras el telón legítimo, se
configuran otros escenarios con otros personajes con parecidas ambiciones.
Luego,
después de tratar de convencer de males y vicios gubernamentales que precisan
ser erradicados, después de invocar la necesidad perentoria de cambio, después
de apelar al supremo interés general y un proyecto que ilusione a la población,
después de conversaciones y negociaciones inconfesables, darán los pasos para
que la censura, prospere o no, se convierta en un hito de la vida
institucional. Flota en el ambiente que va a haber censuras a tutiplén. Por no
decir en cascada, ya entienden. |